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..el sueño feliz de un niño pequeño: ante el cual estamos tentados de arrodillarnos, porque adivinamos, en su conmovedora intensidad, todos estos posibles, todavía intactos, que podrán convertirse en él en la manifestación de la grandeza creadora del hombre.

Maurice Zundel. «Escuchando el silencio».

Todos estos posibles. El vacío, la nada, es la condición de posibilidad del todo, de cualquier cosa. Después de la deconstrucción, después de la caída de lo anterior, en el terreno baldío que queda de la debacle, en el hueco, en la grieta… está el tesoro del millón de posibilidades.

Sólo desde ahí me es posible resucitar.

Es ahí justo en donde la vida me coloca. No ya en el antes del tiempo de la demolición. Ni en el después en el que se empiecen a ver atisbos de la nueva ruta. Sino ante al abismo sin fondo contenedor de cualquier nueva situación, circunstancia o forma.

Es un estado tan cercano al tiempo sagrado, que es sumamente sutil e imposible de habitarlo con la mente. Porque, lo más fácil es estar en el antes o en el después. El antes genera duelo, tristeza, rabia… el después genera miedo, desconfianza, estrés.

Por eso, mi única misión en este momento es conquistar ese espacio, abundarlo. Cuando lo atisbo, siento que de ese abismo brota un torbellino de energía creadora, la misma que creó al universo; también es como si el niño que llevo dentro se hiciera presente, contactando, por un microsegundo, con la fuerza ilusionante y el asombro por lo que aún no está.

Ante los posibles intactos, inmaculados, no manoseados por nuestros deseos controladores, ante mis posibilidades en potencia, me arrodillo adivinando la fuerza creadora, porque más allá de esas posibilidades está esa fuerza creadora que las posibilita.

Lo único digno de mención, lo único digno de adoración.

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